Llega el fin de un año en el que recopilé un gran número de historias para los amantes de los BMW. Celebramos los cien años de la marca rodando en nuestros ejemplares por las carreteras del país y transmitiendo la cultura de los autos clásicos. Son varios los temas que he abordado en estos textos pero ninguno como el que trataré a continuación. Lo que sigue es una invitación directa para todos aquellos que aman los motores, incitándolos a que se unan a esta sana locura de conservar la historia a partir esas máquinas que la han forjado. Nunca es tarde para iniciar una afición y eso me lo demostró el señor Ricardo La Rotta acompañado de su hijo Sebastián.
Ricardo es un arquitecto de la ciudad de Bogotá a quien siempre le han gustado los carros a pesar de que en su familia esto nunca se le enseñó. Recuerda que cuando tenía 18 años tuvo la oportunidad de manejar un BMW E21 320 modelo 1980 phoenix que era propiedad del entonces novio de su hermana. En ese tiempo el carro estaba completamente nuevo y resaltaba por su color, velocidad y por supuesto rugir de esos inigualables seis cilindros. Conducirlo equivalía a fundirse con la máquina, sentir su ansioso respirar y ser libre. En esa época los carros no eran como los de ahora que prácticamente se conducen solos. Es una vivencia que hoy se mantiene viva en Ricardo.
La afición que había nacido durante su juventud se mantuvo con el pasar de los años. Asistiendo a las actividades de motores que se realizan a nivel nacional y apreciando diferentes ejemplares fue que pasó el tiempo. Finalmente se conjugaron los factores necesarios para empezar a ejercer de manera directa la pasión por los autos clásicos europeos. Desde hace tres años se puso en la tarea de buscar un E21 o un E30. Un buen día apareció publicado un E21 que había sido de un viejo amigo tiempo atrás. Decidió entonces ir a mirarlo un sábado a medio día a Chía y se encontró con un auto que se veía muy bien, en un estado de conservación bueno y con detalles fácilmente mejorables. La máquina se sentía limitada ya que había tenido un arreglo en el carburador para reducir su consumo. Sin embargo, después de darle una vuelta se cerró el trato. Se hizo entonces a un BMW E21 320 de seis cilindros modelo 1982.
El E21 que decidió bautizar Ani, por la matrícula, fue el primer carro clásico de Ricardo, un auto que cada vez que conduce lo transporta 35 años atrás. Se despertaron en él esos genes recesivos que habían nacido piloteando el phoenix de su juventud. Hoy busca arreglarlo de tal forma que conserve la originalidad con la que salió de fábrica en 1982. Es un ejercicio que ha venido compartiendo directamente con su hijo menor con quien pasa el tiempo disfrutando y trabajándole al carro. Ellos mismos desbaratan e instalan lo que pueden basándose en la intuición y conociendo los límites para no ir a dañar aquellas piezas que no saben manipular. Es un tema de compartir el gusto y la satisfacción, construir vivencias importantes y disfrutar. Al poco tiempo se asoció al BMW Club Clásicos Colombia donde encontró un grupo de entusiastas que lo recibieron para así seguir disfrutando, creciendo y aprendiendo.
Ricardo no ve la afición como un negocio ni una inversión. Este es un tema de construir entidades más allá de simples cosas, pues el dinero que se le mete a los carros es para disfrutarlos. Además es algo que debe hacerse de manera paulatina, sin desmedirse ni perder los límites, pues en cada momento se dan oportunidades de ir haciendo cosas para mejorar el auto. Estos carros son para conservarlos, disfrutarlos, y en este preciso caso heredarlos. Sebastián sabe que su papá algún día le entregará esos carros que hoy son los primeros activos de la colección familiar. Sí, son dos carros, pues además del E21 llegó un E36. Son autos que la familia disfruta aunque les cueste un poco entrar y salir ya que son carrocerías dos puertas.
La compra del E36 también fue a ojo cerrado ya que se trataba de un auto que pertenecía a ese mismo amigo que alguna vez tuvo el E21. El carro estaba muy bien aunque siempre se encuentran detalles por mejorar. Trabajar en el carro es una terapia para Ricardo, un espacio donde comparte vivencias con su hijo, se distrae del trabajo, aparta el estrés cotidiano y se desconecta para divertirse y olvidar los problemas. Su esposa lo entiende de la misma forma y por eso lo apoya en su afición. Padre e hijo concuerdan en que el próximo ejemplar será un E30 coupé pero no se van a afanar en conseguirlo. Eso es algo que llega en el momento preciso, aparecerá y se debe tener paciencia. También tienen certeza de que el carro más antiguo será el E21 ya que ejemplares anteriores se salen de su capacidad para dedicarles tiempo y dinero para dejarlos como nos gustan. Montarse en cada carro tiene su propio encanto, desde lo básico del carburado E21 hasta la comodidad y elegancia del E36. Lo único que le preocupa a Ricardo es cómo distribuirá su tiempo cuando tenga más carros. Sebastián por su parte únicamente espera el momento de obtener su licencia de conducción para poder sentarse frente al volante de los clásicos, por supuesto no deja de soñar con una colección propia donde haya uno que otro Porsche.
Esto es algo que uno tiene adentro, el tema de sentir el contacto con las máquinas de una manera diferente a lo cotidiano. Un carro no es únicamente para moverse, es una concepción de una serie de factores mecánicos y eléctricos que al conjugarse conforman un equipo que tiene determinadas características. En el momento de comprender eso se logra sentir la relación con la máquina y cómo uno debe generar ciertas acciones para que ésta se comporte de determinada manera. El tema de manejar un carro es buscar generar acciones que a su vez provoquen las reacciones de la máquina, y en esto está el encanto, en sentir la conjunción de un hombre con un aparato. Nace una interacción que nos llena el alma a diferencia de las demás personas. Por esto somos gomosos, restauradores, coleccionistas e incluso corredores.
Juan Felipe Reina Munévar.